miércoles, 6 de junio de 2012

El Árbol



Mamá caminó por el jardín, abriéndose paso por la espesa alfombra de hojas secas hasta llegar al gran árbol que dominaba el lugar, acarició su tronco áspero y lo miro fijamente.


El gran árbol había extendido sus ramas a lo largo y ancho del jardín interior hasta rebasar sus fronteras y tomar  posesión de los techos de la vieja casona. Se había convertido por sí mismo en un techo natural que solo permitía el paso de escasos y selectos rayos de luz solar dándole al jardín, y a la casa en general, un aire onírico y ligeramente espeluznante. Aun así, la niña no pudo evitar pensar que el árbol  era de lo más hermoso. Alto, frondoso he imponente, el árbol había tomado posesión de la  desvencijada casa en su ausencia: la alfombra de hojas era de sus hojas; las raíces que surcaban el terreno eran sus raíces; las ramas eran ahora bigas de ese espectacular techo de follaje puro; las  plantas que crecían en la microselva en la que se había convertido el antiguo jardín se alimentaban de los nutrientes de sus hojas podridas; las alimañas y pequeños animales se escondían en los recovecos que estas dejaban entre los muros bajos que separaban el jardín de la casa y las aves hacían nidos en sus ramas.
En ese lugar el árbol era el rey y la niña lo supo al instante, tal vez por ese motivo le había tomado tanto valor el seguir a su madre por la alfombra de hojas. Ella inocentemente estaba adorando su magnificencia y el viento correspondió a sus buenos sentimientos haciendo reír al viejo señor del jardín, no era de extrañar que ambos se sintieran contrariados cuando la madre, que acariciaba dulcemente el tronco del árbol declaro:

-Habrá que cortarlo -  Y todo el jardín cayó en una quietud pesada y siniestra, de la nada el jardín, que un segundo atrás había parecido un mundo completo, se hizo pequeño y opresivo.

-¿Por qué? -  Fue la niña la que expresó los sentimientos del traicionado árbol – ¡No puedes cortarlo! Fue mi abuelo el que lo sembró –

- Cierto. Pero mientras tu abuelo vivió jamás dio frutos, ni siquiera lo he visto florecer en mi vida-
La niña guardo silencio, ella tampoco lo había visto florecer en los años intermitentes en los que había vivido en la casa. Considerando que el árbol siempre había estado ahí desde los inicios de su memoria, era mucho tiempo que contar en su contra.

-Hace muchas hojas, sus ramas son muy grandes y han empezado a destruir los techos, además de que no da frutos. Lo siento pero se tendrá que ir-

– Podríamos darle una oportunidad – La niña miro a su madre suplicante y recibió a cambio una mirada indulgente

-No ha dado frutos hasta ahorita, dudo que lo haga en unos meses. Aun así…- la madre dudo por un momento. Ella también estaba pensando en la memoria de su padre, en los recuerdos del día, en que el hombre ilusionado había plantado la semilla justo en el centro del jardín y había declarado que el árbol un día daría unos deliciosos aguacates.

-¡Ya escuchaste! – La madre le habló directamente al árbol – ¡El árbol que no da frutos se corta! – le explicó al viejo señor sin paciencia alguna y se dirigió al interior de la casa con decisión.
La niña miró al árbol una vez más y lamento su destino siguiendo a su madre al interior de la casa.  A las únicas habitaciones habitables en ese momento.

La vieja casa, llena de esplendor  en sus recuerdos, se encontraba en ruinas ahora, era triste, las únicas habitaciones habitables en ese momento eran la sala y el comedor, despejar la cocina de la pátina de años de abandono sería una tarea titánica. No valía la pena pensar en la biblioteca, el jardín y las viejas habitaciones; con esfuerzo, tal vez podría hacer un camino entre el polvo, los trapos y escombros hacia su vieja habitación.

-Tal vez – repitió sin mucha esperanza mientras rodeaba el jardín por el pasillo exterior, pasando frente a la habitación de sus abuelos y la vieja biblioteca, aun cerrados; justo después de estos, el baño exterior al que tanto miedo le daba ir sola por las noches, inmediatamente después el salón abierto en donde solía jugar por las tardes y antes de pasar por los cuartos que en su infancia había compartido con su madre,  decidió atravesar los dominios del árbol para llegar a los lavaderos en el otro extremo de la casa (eso tendría que ser habilitado con urgencia) En ese momento  se encontraba al otro extremo del cuadrado.

Dicen que la gente cuando crece se da cuenta que los lugares que antes le parecían enormes, no son más que espacios comunes, en algunos casos, pequeños. Este cambio de percepción se debe a la altura que ganamos con los cambios naturales del cuerpo humano. Sin embargo, la niña estaba sufriendo un extraño caso de mareos por la discordante información que sus sentido recibían: por un lado la soledad de la casa la volvía enorme y aterrorizante, por otro lado la soledad de la casa la volvía pequeña y asfixiante. La soledad, ese era el punto, la única  responsable del hecho innegable de que la casa de su infancia ya no fuera la misma.
Las habitaciones de sus tías estaban atravesando el jardín, justo frente a la habitación de sus abuelos, y entonces de nuevo la cocina, eso era todo.  Lo mejor sería entrar y ayudar a su madre en las reparaciones. Un pequeño pasó a la vez y esa tarde el paso era arrebatarle al polvo una habitación para pasar la noche. La niña sonrío, esa sería una guerra.
La noche dio paso a la mañana y esta llego con los rayos naranja del amanecer de un pueblo cualquiera y la briza cálida de una época indefinible de cualquier año. La niña salió de la cama y  se aventuró hacia la luz del jardín con la idea de llegar al baño dominando en su mente.
Era una mañana bonita, cálida y vibrante,  las baldosas verdes y rojas del pasillo refrescaban sus pies apresurándola en alcanzar su destino y las pequeñas flores amarillas, tal vez verde claro, se prendían en su cabello azabache haciendo el momento completamente mágico. La niña se detuvo y aspiró profundamente ese aroma a tierra humedecida con rocío del amanecer, el sabor agradable del jardín invadió su lengua y su garganta, pero no tuvo tiempo de apreciarlo cuando el escalofrío de vida atravesó su espina dorsal. De la nada se encontró a si misma descalza sobre la alfombra de hojas, a su alrededor la llovizna de flores amarillo-verdosas  se había convertido en una verdadera tormenta.

El Árbol había floreciendo.

Parecía que con la nobleza de los de su tipo, el viejo árbol había decidido tomar el reto de la madre y ganar esa batalla. La niña lo supo de inmediato, las flores traerían frutos y los frutos serian la garantía de su eterno reinado sobre el jardín, nadie lo movería de su lugar.

-¡MADRE! – La niña gritó, superando el asombro -¡Madre! ¡Tienes que verlo! ¡Madre! – insistió desprendiendo sus pies de la tierra para ir por su madre, ella tenía que verlo y sonreír ante el hecho de que su amenaza era todo lo que el árbol necesitaba para darse cuenta de que quería vivir.

- ¿Madre? – La niña preguntó cuándo atravesó el umbral del comedor y en lugar de encontrar las agradables paredes color crema y la mesa de cristal brillante, fue recibida por una oscura habitación de paredes enmohecidas y años de polvo capaces de esconder el brillo del cristal más fino, las huellas que sus pies descalzos habían dejado sobre el polvo en su camino hacia el jardín, parecían ser la única señal de vida en todo el lugar.  La oscuridad se cerró sobre ella como si de la noche se tratase y el miedo invadió todos sus sentidos, toda la luz y el calor del jardín había desaparecido “¡Una trampa! ¡Todo era una trampa!”  No tenía la menor idea de cómo y por qué su mente había llegado a esa conclusión y sin embargo estaba completamente segura de que se trataba de una verdad absoluta.

-¡Abre la puerta! ¡Abre la puerta! –

El rugido de la madera contrayéndose y las tejas cayendo como lluvia que se quiebra en el pasillo invadieron sus sentidos, corrió por el comedor hasta la cortina que hacían las veces de puerta y lo separaban de la sala, esta cual telaraña se enredó en su cuerpo impidiéndole seguir adelante.

-¡SOCORRO!- Gritó con desesperación pero ¿a quién le pedía ayuda?

-¡Abre la puerta! ¡No puedo entrar por ti! ¡Abre la puerta!- La voz insistió desde un lugar lejano al que la niña intentaba llegar, al otro lado de la sala, justo tras la puerta  que parecía infinitamente lejos de su alcance.

- ¡No puedo! – sollozó mientras forcejeaba con las cortinas que, endurecida por la mugre y el polvo, cortaban su piel como si fueran cuchillas. La sangre que empezaba a correr por las heridas de su cuello, sus brazos y sus piernas, escurría hasta las baldosas haciendo que sus pies se hundieran en una cosa fangosa que un segundo antes no había estado.

La madera de las vigas y los cimientos de las casa se retorcían como dientes y la oscuridad se cerraba sobre ella como las fauces de un monstruo. Todo a su alrededor se rompía y las paredes se descascaraban mientras las casa parecía intentar tragarla por completo, pero la niña no se rendía.  Estiraba sus manos laceradas hacia la puerta que repentinamente con un fuerte ¡BAM! Se acercó unos metros a ella desde el otro lado del salón.

¡BAM!

-¡Abre la puerta!- Insistió la voz.

¡BAM!

-¡Eso intento! – Contesto la niña luchando con las cortinas incentivada por el sonido alentador de la tela siendo desgarrada.

¡BAM!

-¡Abre la puerta!- 

¡BAM!

-¡Tan solo un poco más!

¡BAM!

-¡ABRE!-

La niña estiro sus dedos con desesperación hacia el picaporte, solo unos milímetros, unos pocos milímetros. Su piel ardía por las cortadas y el sangriento fango le quitaba el impulso a sus pies, pero ella tenía que alcanzarlo, solo tenía que estirarse un poco más y entonces…

-¡Abre la puerta! ¡Elizabeth!-

La niña sujeto el picaporte  y tiro de la puerta con todas sus fuerzas. La Luz invadió sus ojos dejándola ciega por un rato y Elizabeth respiro tan profundamente como si se hubiera estado ahogando. Alguien llamaba a la puerta de su habitación con tanta fuerza como si intentara tirarla abajo.

-¡Elizabeth! ¡Elizabeth! ¡¿Me escuchas?! ¡Abre! – Gritaba su madre con desesperación desde el otro lado.

Le tomo unos pocos segundo darse cuenta que no era la misma voz que había escuchado en sus sueños, la luz era tenue, propia de la aurora temprana y le tomo mucho esfuerzo levantarse de la cama para ir a abrir. Todos sus músculos dolían como si hubiera estado en una vigorosa pelea.

-Madre…. ¿Qué sucede? – Pregunto en un susurro mirando a ambos lados del pasillo fuera de su habitación.

-¡¿Qué Sucede?! – Pregunto su madre con tono incrédulo – tu deberías decirme que sucede… - Su madre se detuvo al instante y miro un poco apenada – Alguien gritaba como loco “abre la puerta, abre la puerta” y creí que te habías quedado encerrada.  Su madre miro también a ambos lados del pasillo como si esperaba que la persona que había estado gritando apareciera, porque ahora que tenía a su hija en frente, podía estar segura que no había sido ella. La duda creció en el rostro de la joven mujer y Elizabeth resoplo en con un gesto burlón.

-¿Estabas soñando? – Preguntó con clara risa en la voz – Aun es muy temprano madre, vuelve a la cama – Le indico antes de cerrar la puerta y volver ella misma a su propia cama.  

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Imagen gracias a  zerochan.net
Arte Original de Jun Ayafuya 

1 comentario:

  1. Qué genial estááá! Me encantó! Me maté de la risa al final, pero de verdad me atrapó!!!

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