-Alguna vez te has preguntado ¿por qué los gallos
cantan a eso de las tres de la madrugada?-
-¿Lo hacen?-
-Bien sabes que sí, unos minutos ya sea antes o después, cantan, si es que a
ese sonido estridente que hacen se le puede llamar canto, es molesto y doloroso
si me preguntas a mí. Sin embargo jamás los he escuchado cantar cuando va a
salir el sol, porque estoy cien por ciento segura de que a las tres no sale el
sol.-
Elizabeth cerro los ojos prestando atención a la risa
estridente que llenaba su recamara que olía a limpieza recién hecha y polvo
acumulado por no hacerla a menudo, le había tomado la mitad del día llevarla
del caos absoluto a ese estado de pulcritud y no lo hubiera invertido todo ese
tiempo y esfuerzo si no fuera necesario para el ritual.
Los frascos de cosméticos y medicinas habían sido colocados en el tocador en un
orden descabellado y casi aritmético, mismo que se había utilizado para
acomodar las ropas dobladas en el armario y la cómoda, así como en los libros
del pequeño librero y otra cosa por aquí y por allá. Se veía simplemente
ordenado, limpio a los ojos de cualquiera que se atreviera a asomar la cabeza
por la puerta, para solo encontrar ventanas limpias, cortinas y ropas de cama
recién cambiadas. Escondidos de esos mismos ojos poco observadores se
encontraban limones en cada esquina, canela bajo la cama en un bello recipiente
de cristal rodeado por un primoroso listón rojo, tres plantas especiales
colocadas en el alfeizar: ruda, cardo y hierbabuena; cosas comunes en el resto
de la casa, hechizos sutiles para parecer mera decoración.
Solo faltaba un detalle, la muñeca de trapo y cabellos
de lana mandada a hacer para la ocasión con la que la joven parecía
entretenerse poniendo detalles en su ropa de satín negro para hacerla parecer
una bruja.
-¿Cuándo te diste cuenta de lo de los gallos?-
-En aquella vez en la que pase la noche en la casa de
una amiga, estoy segura que de dormir en mi propia casa, aunque estuviera sola,
me hubiera sentido más tranquila. A todo esto ¿no estabas ya conmigo? –
- yo… No estoy segura desde cuando estoy contigo, para
ser sincera Elizabeth, podría decir que desde siempre-
Y Elizabeth resoplo.
-Sí, desde siempre-
Comento con ácido sarcasmo ya que ella recordaba
perfectamente el día en el que se habían conocido, al igual del día en que se
habían enfrentado, varios años más tarde. Un escalofrió recorrió su espalda y
procuro no levantar su mirada, no quería que sus ojos se encontraran con el
espejo justo frente ella ya que en la relativa oscuridad y absoluta soledad de
su habitación, el conocido riesgo de que la imagen reflejada no fuera la suya
le sabia a terror.
-Qué curioso que antes no podías dormir si no estabas
en esa casa-
-No se trataba de estar o no en la casa, yo estaba en
un lugar que no conocía y entonces estaba ese maldito gallo-
La risa burlona y estridente lleno de nuevo la
habitación y Elizabeth miro con enojo el aire que la rodeaba.
-Silencio- murmuro con voz molestas - Todo está listo
Tita ahora solo entra aquí-
-¿Aquí donde?- susurro con fantasmal anticipación. Elizabeth
no podía ver los ojos de Tita, no mientras se negara a ver el espejo, pero aun
sin verlos sabía que brillaban con peligrosa astucia.
-Aquí en la mu-ñe-ca
- Hizo énfasis en la palabra muñeca,
porque con los espíritus se debía ser específica y cautelosa. No sabía si
tenían eso que en los humanos se llama instinto o naturaleza pero parte de
ellos, desde su experiencia, parecía ser el aprovechar cualquier oportunidad
para tener un contacto más sólido con este lado, para interferir en la vida que
ellos ya habían dejado o que no podían experimentar.
- Tu humor es tan malo cuando no has dormido - La voz
se escuchaba suave y burlona, justo contra el oído de la joven justo donde
sabía que la haría temblar otra vez - ¿Qué garantía tienes de que una vez a
dentro no se destruirá? ¿Cuánto tiempo me quedare ahí?-
Elizabeth suspiro - Solo será hasta que el hechizo de
la noche se rompa - explico ignorando cualquier comentario sobre su mal genio -
lo intentaremos hoy y si no funciona mañana se me ocurrirá algo distinto, todo
lo que quiero ahora es dormir. La muñeca tiene un cabello mío alrededor de su
cuello y una marca de sangre en la nuca donde nadie más la puede ver…. Su
nombre es Portera- declaro soplando su aliento en el rostro
pintado de la muñeca de trapo.
El aire se volvió pesado y los sonidos de la lejana
naturaleza que rodeaba la casa cesaron, un fresco soplo paso sobre sus hombros
a lo largo de sus brazos hasta la punta de sus dedos. Elizabeth puso la muñeca
en el suelo en el instante en que empezó a sacudirse y se apartó con prisa, no
importaba que tan consiente estuviera de lo que estaba haciendo y lo que
sucedería, la posesión no dejaba de producirle el pavor suficiente para desear
escapar. La muñeca se quedó quieta en el centro de la habitación y cuando creyó
que sería todo y el alivio fue lo suficiente para que liberara el suspiro que
inconscientemente había estado guardando, la muñeca se sacudió otra vez con una
risa que la hizo retroceder hasta chocar con el armario.
Tapo su boca con ambas manos para no gritar
y maldijo a Tita desde sus adentros, el miedo duro unos segundos hasta
que fue reemplazado por el enojo porque ahora casi se orinaba del miedo, porque
la idea en la que había puesto tanto esfuerzo ahora le parecía ridícula y
descabellada, porque tendría que haberla pensado mejor, porque Tita disfrutaba
sabiendo que aun con los años la podía asustar.
-Ahhhhh - suspiro sintiendo que con ese suspiro se
escapaban años de su vida.
¿Qué la mantendría despierta esta noche? Si no eran
las “pesadillas”, tal vez sería la muñeca y la certeza de saber que estaba poseída,
era tan espeluznante con su mueca de sonrisa y su mirada fija, aunque fuera
pintada en una cara de trapo, no podía evitar sentir la inseguridad que se
retorcía en su estómago. Odiaba las muñecas de trapo, de plástico o de
porcelana, las odiaba, sobre todo las de porcelana, porque pareciendo tan
humanas eran el recipiente perfecto para cualquier espíritu y era difícil saber
quién podría estarla mirando tras los ojos de cristal.
Por otro lado nunca había confiado en Tita, no algo
tan importante como lo que estaba haciendo esa noche, aun después de años desde
que se habían vinculado y la constante compañía mutua, seguía sin confiar en
ella así como no confiaba en ningún espíritu. Tita era un espíritu demoniaco,
por si misma tenía la capacidad de escuchar preguntas, dar respuestas, burlarse
de jovencitas y niños crédulos, Elizabeth lo recordaba muy bien, sin embargo Tita
había olvidado este pasado y todo lo que recordaba era que con la bruja podía
hablar, mientras se quedara a su lado y la obedeciera como estaba haciendo al
entrar en la muñeca.
Por otro lado los espíritus fantasmales no eran más
que lastimeras reminiscencias de quienes habían vivido, estancadas en ideas o
sentimientos tan fuertes como para manifestarse, seres básicos que buscaban ser
“escuchados” y cumplir últimas voluntades.
La ira frustrante enduro la mirada de la bruja que sin
dudarlo tomo la muñeca y la puso en el lugar que le correspondía para cerrar la
barrera, al lado de la puerta mirando en dirección de la manija, el lugar para
la portera, y la barrera se completó.
Un zumbido de
tranquilidad y vacío rodeo a la bruja haciendo vibrar las ventanas y que las
plantas al otro lado del cristal agitaran sus hojas con gracia, tuvo la certeza
entonces de que esta noche dormiría bien, porque con esa barrera nada podía
salir ni entrar, nadie llegaría sin ser invitado, ni nada la llevaría lejos a
un lugar en el que no quería estar. Sin dudarlo se metió en la cama y olvidando
a la posesa muñeca se rindió al descanso que solo podía brindar un sueño
profundo.
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Aquí estoy de nuevo con un cuento para esta serie ^^
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Aquí estoy de nuevo con un cuento para esta serie ^^
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